Un día dentro de tus atrios


"PORQUE mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos: Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad”. Salmo 84:10.

Casa de Dios Estamos viviendo la era de valores artificiales, de cosas de gran renombre, que hacen subestimar a las cosas divinas; el tiempo cuando los hombres cambian “las moradas del Señor”, la estancia en la “casa de Dios”, por una sala de cine, por un palco en el concierto de música, por uno de los primeros asientos en la carrera de caballos, por una moderna cancha de patinaje de hierro, etc.

Hay títulos y epítetos que atraen positivamente a todo hombre, a joven, a toda señorita. Simplemente el ser huésped de honor en alguna fiesta o invitación, los hace sentirse importantes; el ser nombrado representantes ya del sindicato, ya de la escuela o bien de la sociedad en que viven, los hace desistir de “estar a las puertas de la Casa de Dios”.

Recuérdese que los títulos altisonantes no cambian ni a las personas ni a las habitaciones. Más importante que el nombre que se le da es lo que realmente son.

El ser tesorero, para Judas le era un puesto de honor, aunque podía haber sido llamado “ladrón” o “traidor”. Santiago y Juan anhelaban ser conocidos como los primeros en el reino, aunque Cristo podía calificarlos de “ambiciosos” y “egoístas”.

El mundo se fija mucho en lo externo, empero los cristianos tienen una escala de valores diferente. Deberían comprender que es un privilegio inestimable el ser portero “en la casa de Dios”.

Debieran realizar que es un honor desempeñar alguna actividad “en la casa de mi Dios”. Quizá esa tarea no lleve un título impresionante, Quizá no haya recompensa monetaria. Quizá pocos se den cuenta de que hemos sacrificado tiempo, esfuerzo y planes personales a fin de realizar una tarea para Dios.

Ya sabemos que todo ello, por insignificante que lo consideremos, tiene un valor inapreciable ante los ojos de Dios.

Pues cuando Él venga en las nubes del cielo, con poder y gloria, cuando nos mire como los últimos quizá, pero dentro de la “Casa de Dios”, nos dirá con amor: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor”.

¿Podría alguien desear una recompensa mayor que ésta?

 El Abogado de la Biblia Marzo-Abril, 1986

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